Cruce del Ecuador
Para minimizar el tedio de los prolongados días de navegción en los buques de los siglos 17 y 18, se celebraban a bordo diversos acontecimientos. Uno de ellos era el famoso cruce del Ecuador, en cuya oportunidad los marinos que cruzaban por primera vez la imaginaria línea que divide ambos hemisferios eran sometidos por el resto de la tripulación a una serie de rituales, que terminaban generalmente en la inmersión — o sea el bautizo — del «reo».
En los modernos buques-escuela se continúa con la citada tradición y yo tuve la oportunidad de poder participar de una tal ceremonia en el año 1980. Como editor de la revista NAVITECNIA en Buenos Aires, mantenía estrechas relaciones con la Armada Argentina y, después de un corto período de instrucción, fuí reconocido como Corresponsal Naval con el grado de prelación de Teniente de Navío.
En tal carácter embarqué en la Fragata ARA «Libertad» para cubrir el primer tramo de su XVI Viaje de Instrución entre Buenos Aires y el puerto alemán de Bremen, haciendo escalas en Salvador, Puerto Rico y Nueva York.
Durante este viaje cruzamos la línea imaginaria del Ecuador cuando navegábamos con rumbo a la isla Barbados, después de haber abandonado el puerto de El Salvador. Ya en los días anteriores a dicho evento nos hicieron llenar un formulario en el que debíamos indicar si habíamos cruzado en alguna oportunidad el Ecuador en buque y en qué fecha. Entretanto corrían los preparativos para la ceremonia.
Un día me llamó la atención un marinero que se encontaba reclinado sobre la borda a popa y mantenía en sus manos un cabo que dejaba arrastrar por la estela del buque. Ante mi mirada curiosa, el hombre creyó necesario darme una explicación, especialmente por el hecho que la toldilla está exclusivamente reservada a oficiales yél se encontraba en franca infracción. «Sabe Señor?, fuí designado para actuar como doncella en la corte del Rey Neptuno, y como tal debo cofeccionarme una peluca. Por eso trato de ablandar las fibras de yute de este cabo para que luego se dejen peinar mas fácilmente. Evidentemente, la nacesidad agudiza el ingenio…»
El 9 de junio de 1980 llegó el momento. El capitán hizo entrega oficial del comando del buque a Neptuno, Rey de los Mares y su comitiva. El pintoresco grupo, básicamente integrado por suboficiales, se hizo cargo del puente.
En la cubierta de proa fué montada una pileta construída de una estructura metálica y lona impermeable. Mediante el sistema de lucha contra incendios dicha pileta fué llenada con agua de mar. En uno de sus extremos fué fijada una silla volcable sobre la que debía sentarse el novato, solamente vestido con malla de baño.
Desde el puente, el todopoderoso Rey Neptuno decidiría sobre la pena que le correspondía, de acuerdo con los «pecados» cometidos. Junto al acusado se agrupaban oscuros personajes, tales como el diablo, un escribano, un barbero, un alto sacerdote y finalmente el verdugo.
A continuación, el acusado debe confesar sus pecados, a cuyos efectos es asesorado alternativamente por el diablo y el alto sacerdote. Entretanto es «enjabonado» por el barbero, quien finalmente lo «afeita» con su enorme navaja de madera.
Después de besar la «biblia», que en realidad es un ejemplar de la revista Playboy con una tapa que imita la de la biblia, el reo debe escuchar su condena. En mi caso, se trataba de una inmersión simple: soltaron la traba de la silla, ésta se inclinó hacia adelante y yo caí a la pileta. En ésta ya me esperaban los «tiburones», robustos marineros que trataban de tironearme debajo del agua. Hasta que finalmente logré alcanzar la salvadora escalerilla para salir de la pileta.
Los que merecían una pena mayor, eran metidos en una red colgada de las vergas y luego inmersos en el agua. La cantidad y duración de las inmersiones dependía de la indulgencia de Neptuno. En otros tiempos, los reos eran arrojados con la red directamente al mar, pero este uso fué prohibido por razones de seguridad.. Todo este espectáculo era motivo de gran algabaría entre los demás tripulantes.
Después de esta ceremonia, se deja de ser novato y el bautizado recibe un diploma que lo acredita como integrante del Reinado de los Mares. Con este documento el bautizado recibe también su nombre en la fauna marina, tal como «Medusa», «Hipocampo», «Bacalao»,etc. A mi me bautizaron con el nombre de «Morsa», en alusión a mis bigotes.
A partir de ese momento, con la garantía escrita de Neptuno de protegerme en todos los mares, me siento absolutamente seguro al navegar y no descarto poder realizar algún día un plácido crucero a bordo de un moderno buque de excursión.
(Fragmento de mi manuscrito Historias en torno a la Fragata
) Libertad